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miércoles, 10 de abril de 2013

Bergoglio, su periodo de gracia y sus sombras


Bergoglio, su periodo de gracia y sus sombras
Bernardo Barranco V.
L
a elección de un papa latinoamericano como Bergoglio, quien fue actor de la historia reciente de la Iglesia argentina en la cruenta década de los años setenta, lleva inevitablemente a evaluar el papel de la jerarquía ante los golpes militares. Los claroscuros del papa Francisco abren la puerta para volver a mirar la actuación de la Iglesia frente a los genocidios y las atroces dictaduras militares que azotaron nuestra región.
Desde este espacio sostuvimos que una de las características del cónclave 2013 era la ausencia del progresismo católico, la mayoría absoluta de los cardenales estaban marcados por el signo del conservadurismo; en cierta manera eran doctrinalmente una clonación entre Wojtyla/Ratzinger. Está claro que el papa Francisco ha ganado con sus gestos y símbolos la simpatía aun de aquellos que han sido implacables críticos de la Iglesia, como Hans Kung y Leonardo Boff. Hay un periodo de gracia que se concede a un pontífice que ha mandado poderosas señales de querer cambiar de tono la monarquía eclesiástica, petrificada bajo notorios síntomas de rebasamiento. Hay una verdad histórica que ni Lombardi puede maquillar, Bergoglio como uno de los dirigentes jesuitas que se opusieron a la teología de la liberación, que estaba bastante extendida entre los propios jesuitas en América Latina. Se enfrentó a Pedro Arrupe, superior general de la compañía entre 1965 y 1983, quien había orientado a la compañía a priorizar la justicia social. Pero una cosa puede ser el pasado de Bergoglio y otra el presente del papa Francisco; ambos están imbricados, pero no necesariamente Francisco será una versión pontifical de Bergoglio. Es el caso de Angelo Giuseppe Roncalli con Juan XXIII, el Papa bueno.
A pesar del gran entusiasmo popular argentino que desencadenó la designación de Bergoglio como papa, de ahí mismo surgieron las primeras críticas, señalamientos y dudas sobre el desempeño del religioso durante la dictadura militar. Desde Buenos Aires, su ciudad natal, empezaron a circular fotos que nos mostraban al actual Papa conviviendo con dictadores militares. Imágenes de condescendencia que parecen contradecir el compromiso, expresado por el papa Francisco, de orientar la Iglesia hacia los pobres cuando en su trayectoria no sólo se opuso intelectualmente, sino que actuó contra aquellos actores religiosos que enarbolaban la solidaridad de la Iglesia con las causas de la pobreza y la defensa de los derechos humanos. Y, hasta hoy, parece que ha actuado más para frenar que para estimular a aquellos que luchan para eliminar la pobreza. Sin embargo, religiosos como los dominicos progresistas Raúl Vera, obispo de Saltillo, y Gonzalo Ituarte, provincial de la orden de los predicadores, quieren ver al papa Francisco más con los ojos de la esperanza que con objetividad, le ofrecen su simpatía y le dan su voto de confianza. ¿Cuánto durará?
Con el papa Francisco, América Latina se prepara para hacer un sereno balance del papel de la jerarquía en los golpes y dictaduras militares latinoamericanas. El tema vuelve a ponerse sobre la agenda. Por ejemplo, en Chile se puso de relieve el comportamiento no sólo de los obispos ante el régimen de facto de Augusto Pinochet, sino del propio Vaticano. Con cierto resentimiento se lee un cable diplomático revelado por Wikileaks que muestra supuesto apoyo de Roma al derrocamiento de Salvador Allende, en 1973. El documento, de octubre de 1973, contiene declaraciones del entonces subsecretario de Estado del Vaticano, Giovanni Benelli, quien consideraba exageradas las notas sobre la represión en aquel país, diciendo:Como es natural, desafortunadamente, tras un golpe de Estado, hay que admitir que ha habido algún derramamiento de sangre en las operaciones de limpieza en Chile, pero la nunciatura en Santiago, el cardenal Silva y el episcopado chileno en general han asegurado al papa Pablo que la junta está haciendo todo lo posible para que la situación vuelva a la normalidad y que las historias de los medios internacionales que hablan de una represión brutal no tienen fundamento. Esto nos conduce a pensar que muchas actitudes de los obispos latinoamericanos frente a los golpistas sudamericanos tenían soporte en sectores de la propia curia romana. Este texto ha causado revuelo en la Iglesia chilena, la cual sostiene que el Vaticano siempre alentó la tarea de defensa de los derechos humanos en aquel país. La pregunta obligada salta: ¿por qué en Argentina la Iglesia no siguió las orientaciones vaticanas en defensa de los derechos humanos? En el peor de los casos hubo complicidad activa y muchos sacerdotes castrenses purgan largas condenas por su colaboracionismo con las torturas y tráfico de infantes. Hubo también la complicidad pasiva que se manifestó en el silencio. Un silencio que aceptaba tácitamente el comportamiento brutal de las fuerzas armadas contra la población indefensa.
Es el momento de revisar, a más de cuarenta años de distancia, el compromiso de muchos sectores de la Iglesia con la llamada doctrina de la seguridad nacional. Releer los viejos textos de Franz Hinkelammert (Las armas ideológicas de la muerte), o el libro de José Comblin Le pouvoir militaire en Amerique latine: L'ideologie de la securite nationale. París, 1977. Ambos sostienen que es una ideología de guerra total, de origen estadunidense, la geopolítica que extiende su exterminio principalmente frente al enemigo interno en defensa de la civilización occidental y cristiana. En el caso argentino, militares y muchos obispos católicos se utilizaron mutuamente, bajo la conducción del general Jorge Videla, hoy en el banquillo de los acusados, cercano al Opus Dei. Los obispos en aquel país propiciaron una situación de dependencia y una estructura de compromisos asociados al Estado. Este enlace fue notoriamente reforzado durante la dictadura militar del periodo 1976-1983. Los prelados consiguieron sueldos y jubilaciones a cargo de los fondos públicos. Flotan muchas interrogantes, sin duda habrá guerra de interpretaciones y la historia será un nuevo campo de disputa de la realidad presente. O quizá la oportunidad de pedir perdón y perdonarse.
Nota final. Quiero dar de corazón mi agradecimiento por las innumerables muestras de apoyo y cariño de muchísimas personas, organizaciones e iglesias, a partir de mi despido injustificado del Grupo Radio Centro.

martes, 24 de enero de 2012

LA REforma y la Iglesia

Una visión más amplia y una contextualización[1]
Hoy más que nunca la iglesia tiene que redescubrir su historia.  Una iglesia sin historia es una iglesia sin identidad, sin claridad ni criterios, y se cae fácilmente en el caos. Esa es la condición de gran parte del protestantismo latinoamericano hoy.Juan Stam Por eso felicito a la iglesia metodista el Redentor por su costumbre anual de recordar, con gratitud a Dios, a nuestros abuelos espirituales, los Reformadores.
Es importante recordar que la Reforma del siglo XVI fue multifacética. Además de la Reforma luterana y la Reforma calvinista, fue muy importante la Reforma Radical anabautista, y hubo hasta una reforma católica, representada especialmente por el Concilio de Trenta y la orden jesuita. La ubicación social de cada uno de estos movimientos fue distinto: Lutero se identificó con los príncipes alemanes y el incipiente nacionalismo; Calvino estaba más cerca de las ciudades suizas y una proto-burguesía, mientras los anabautistas se identificaban más con las clases pobres y el naciente proletariado. Pero todos miraban hacia el futuro, que vendría a llamarse “modernidad”, mientras que el Vaticano miraba más al pasado y se aliaba con el Sacro Imperio Romano y muchos aspectos del mundo medieval. Es significativa la repetición de la palabra “naciente”. Los Reformdores era los parteros del mundo moderno que nacía. Dos siglos después el movimiento wesleyano aportó nuevas dimensiones muy importantes al protestantismo.
Vamos a conversar esta noche en torno a las consignas con que se suele resumir ls teología de los Reformadores, pero es importante recordar que su pensamiento era mucho más amplio y profundo que esas consignas. En Lutero, por ejemplo, encontramos un cierto anticipo del existencialismo, en el papel de la experiencia personal en su teología y en su rechazo de toda sistematización; él era “un teólogo irregular”. En Calvino es profunda la admiración por la gloria y santidad de Dios, tanto que se le ha llamado “un hombre ebrio de Dios”. En los anabautistas se juntaban (y se juntan) la pasión por la justicia con el pacifismo. Pero en esta charla, nos vamos a concentrar en las consignas que mejor resumen los denominadores comunes de la Reforma.
I. Sola scriptura
Son famosas las palabras de Lutero en Worms (1521): “Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. Si no se me demuestra por las escrituras y por razones claras (no acepto la autoridad de papas y concilios, pues se contradicen), no puedo ni quiero retractar nada, porque ir contra la conciencia es tan peligroso como errado.  Que Dios me ayuda, Amén”.
En esta histórica declaración de Lutero, queda claro que la “sola scriptura” no significa que conocemos sólo la Biblia o que todo lo demás no importa. ¿Quién podría entender el éxodo sin saber algo de Egipto, o el exilio de los judíos sin saber algo de Asiria y Babilonia? Un famoso fundamentalista, R.A. Torrey, dijo sabiamente, “Quien conoce sólo la Biblia, no conoce la Biblia”. Por eso, Lutero apela a las escrituras pero también a “razones claras” y a la conciencia. Después una correlación similar iba a ampliarse en “el cuadrilátero wesleyano” (escritura, tradición, razón, experiencia).
La Reforma colocó la Palabra de Dios, en sus varias modalidades, como la máxima autoridad normativa, encima de papas y concilios. Eso implicó a su vez la interpretación seria y crítica de las escrituras, desde los textos originales, transformando conceptos como jaris (gracia), pistis (fe) ymetanoia (arrepentimiento). Impulsó también la predicación expositiva, aclarando y aplicando los textos sagrados, acompañada por la predicación del año lectivo, firmemente anclada en la historia de la salvación.
Hoy día amplios sectores de las iglesias evangélicas latinoamericanas han perdido el sentido histórico y predican un mensaje divorciado del pasado, aun del mismo contexto bíblico. ¡Qué increíble que ni las iglesias pentecostales celebran el día de Pentecostés![2] Son escasas tanto la predicación expositiva como la del ciclo litúrgico. Muchos sermones no son más que opinionismo, especulación, “performance” y puro “show”, manipulación del texto y del público.[3] Hay también predicadores fieles, a Dios gracias, pero son la excepción.
II. Sola gratia
Karl Barth ha repetido muchas veces que las dos palabras más importantes para la teología son “gracia” (jaris) y “gratitud (eujaristia). El Catecismo de Heidelberg comienza formulando las tres cosas más importantes que el niño debe saber: “Cuán grande es mi pecado, cuán grande es la gracia de Dios, y cuán grande debe ser mi gratitud a Dios”. La Reforma transformó la idea tradicional de la gracia de Dios como una fuerza moral impartida en el bautismo (gratia infusa), en un concepto personal, del amor con que Dios nos acepta sin ningún mérito de parte nuestra, y le dieron un lugar central en su teología y la gracia y la fe personal. Pero esa misma gracia era exigente de frutos de justicia (Efes 2:8-10). No era la gracia barata del “evangelio de ofertas” que se predica hoy.[4]
En muchos círculos evangélicos hoy existe de facto una doctrina de salvación por las obras. Entre los viejos fundamentalistas uno era “salvo” cuando dejaba de fumar, tomar e ir al cine. En la actualidad, algunas iglesias se especializan en maldiciones y anuncian que si uno no diezma, sus finanzas, y hasta su vida, serán malditas pero si ofrendan bien todo será bendición. Bien se ha observado que los diezmos y los “pactos” son las indulgencias del siglo XXI
III. Sola fide
Casi todos saben que los Reformadores enseñaron la justificación por la gracia mediante la fe, pero pocos se dan cuenta de que transformaron el concepto de fe, devolviéndole su sentido bíblico. Recuerdo que cuando estuve aprendiendo el español compré el “Manual de Religión” que los colegios costarricenses empleaban como texto. Ese Manual definía la fe como “tener por cierto lo que dice la santa madre iglesia”. Para los Reformadores, la fe es entrega a Cristo y confianza en él (fides est fiducia, otra consigna histórica). Para ellos, la fe sin obras es muerta. Según Calvino, “todo conocimiento verdadero de Dios nace de obediencia”. Ahí está la diferencia importante entre la fe y el fideísmo.
Hoy en día muchas iglesias “evangélicas” confunden la fe con la ortodoxia y predican de hecho una salvación por ortodoxia. Para ellos, la fe consiste en decir Amén a lo que dice el pastor, en vez de ser discípulo radical de Jesucristo en todas las esferas de la vida (eclesial, social, económica, política etc). Por eso, en esas congregación discrepar de la opinión del pastor es el pecado de murmuración, lo que trae maldición.
La iglesia hoy debe preguntarse si está formando verdaderos discípulos o si está llenando los templos de gente que dice “Señor, señor” pero que no hace la voluntad del Padre (Mat 7:21-23)
IV. La libertad cristiana
Son muy conocidas las tres consignas que ya hemos analizado, pero las cuatro que quedan son olvidadas las más de las veces. Para comenzar, se olvida que, frente a mucha tradición medieval, los Reformadores eran pioneros de una nueva libertad.[5] Hace unos años el recordado filósofo costarricense, Roberto Murillo, publicó un artículo muy interesante sobre el aporte de Lutero a las libertades modernas. Para José Martí, héroe cubano, “todo amante de la libertad debe colgar un retrato de Martín Lutero en la pared de su cuarto”.[6]
En el siglo XVI Europa vivía una crisis de autoridad después del fin de la edad media, cuando mandaban a fin de cuentas el Papa y el Sacro emperador romano. En esa coyuntura el programa teológico de la Reforma era una agenda profundamente liberadora.[7] La justificación por la gracia mediante la fe significaba una liberación del legalismo. La sola scriptura liberó a la iglesia del autoritarismo dogmático, el sacerdocio univeral del clericalismo,  el semper reformanda nos libera del tradicionalismo estático y el soli deo gloria del culto a la personalidad.
Hoy día algunas iglesias se están volviendo más autoritarias que nunca. Aunque el viejo legalismo ha perdido fuerza, el principal legalismo ahora es el diezmo. He sabido de iglesias que amenazan con maldición a los que no diezman. En esa salvación por obras, la salvación se gana o se pierde en la hora de la ofrenda. He sabido de otras iglesias donde el pastor quiere controlar toda la vida de los fieles; ¡no se permite ni enamorarse sin el visto bueno del pastor!
Con el movimiento de “apóstoles” y “profetas” el autoritarismo llega a niveles sin precedente. Aunque San Pablo nos manda examinar y juzgar las profecías (1 Tes 5:19-21; 1 Cor 14:29-32), estos profetas pontifican con una cara seria que dice, “que nadie se atreva a cuestionar mi palabra profética”. Por su parte, más de un “apóstol” se permite emitir alguna “declaración apostólica” con la falsa autoridad que presumen tener.
Aquí va también un problema de sola scriptura, de fidelidad bíblica. A menudo han dicho que una “palabra profética” tiene más autoridad que una enseñanza bíblica. Apelan también a la falsa distinción entre logos (palabra bíblica, general) y rhema (palabra profética específica, según ellos), con desprecio de la palabra inspirada como mero logos. De esta manera establecen autoridades paralelas a las escrituras, de forma parecida a los mormones. los Testigos de Jehová y otras sectas.
 Sacerdocio universal del los y las creyentes (1 P 2:9; Ap 1:6; 5:10)
Frente al rígido clericalismo de la iglesia católica de la época, la Reforma impulsó un proceso de democratización dentro de la iglesia y de la sociedad. Para Lutero, toda la vida es ministerio y todos los creyentes son sacerdotes de Dios. “Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios… Todos los cristianos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna” (W.A. 6,370; R. García-Villoslada, Martín Lutero, Tomo. I, p.467).
En su época, tanto la Reforma luterana como la Reforma calvinista se quedaron cortos en superar el clericalismo; los anabautistas avanzaron más, como también el movimiento wesleyano después. El siglo pasado, hubo un fuerte movimiento de teología del laicado que puede verse como la maduración de estos avances de la Reforma.
Sin embargo, hoy parece crecer un nuevo clericalismo, de los “super-clérigos”, especialmente los “apóstoles”. En una mesa redonda sobre los “apóstoles” en Quito, Ecuador, un participante declaró, “Antes era suficiente el título de pastor, pero ahora que existen las mega-iglesias, ese título no basta para sus fundadores y deben llamarse con un título mayor”. La verdad es que ha surgido una nueva jerarquía eclesiástica, con los “apóstoles” y los “profetas” en la cumbre de poder y autoridad. En algunas iglesias el pastor es de hecho el C.E.O (ejecutivo mayor de una corporación), inaccesible a los feligreses con necesidades pastorales. Esas iglesias están organizadas según el modelo ejecutivo de las grandes empresas.
VI. Ecclesia reformata semper reformanda
Esta consigna expresa una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños de un sistema final de conceptos absolutos. Lutero era un “teólogo irregular” que nunca intentó formular un sistema. Calvino, por supuesto, articuló un sistema doctrinal, pero vivía revisándolo hasta nueve ediciones, alternando entre el latín y el francés. Algunos de los aportes más valiosos aparecen sólo en la novena edición. Si Calvino no hubiera muerto, sin duda hubiera producido una décima edición. Tillich define “el principio protestante”, muy acertadamente, con la frase, “sólo Dios es absoluto”. Karl Barth advierte contra la tentación de tener al “sistema” como la verdad absoluta, lo cual identifica como idolatría.
Lamentablemente, en el siglo XVII, amenazados por el racionalismo escéptico de la época, la teología luterana y la calvinista cayeron en una rígida ortodoxia escolástica. Aunque hicioeron algunos aportes, no lograron “defender” su fe sino que la redujo a un dogmatismo estéril. Curiosamente, luteranos y calvinistas se acusaban mutuamente de ser herejes, cripto-católicos y otros insultos.
El movimiento wesleyano puede verse en parte como una reacción contra esa “ortodoxia muerta” e hizo mucho para rescatar la salud del protestantismo. Pero a inicios del siglo XX la ortodoxia dogmática se resucitó en los Estados Unidos en la forma del fundamentalismo norteamericano.
Hoy día, cuando la tolerancia se ve como el sumo bien, son menos los reductos de ortodoxia cerrada, aunque los hay. Al contrario, en nuestro tiempo casi nada es seguro y todo es posible.  La nueva consigna parece ser, “ecclesia reformata semper deformanda”. La intención de la “semper reformata” era la de corregir errores y ser cada vez más fiel al Señor y su Palabra. Desde el siglo pasado la iglesia vive de fiebre en fiebre, cambiando de modas como los estilos de zapatos (“health and wealth”, “name it, claim it”, evangelio de prosperidad, tumbadera de gente, “apóstoles” y profetas, maldiciones generacionales etc etc ad infinitum). Muchas veces la innovación hoy no es para corregir errores sino de introducir nuevos errores. Muchas veces el fin no es mayor fidelidad sino mayor éxito, mayor fama o mayor dinero.
VII Soli deo gloria
“A Dios, y sólo a Dios, sea toda la gloria” fue una consigna fundamental de la Reforma. La iglesia de la época daba mucha gloria a otros en lugar de sólo a Dios. La Reforma fue una redescubrimiento de Dios, en perspectivas antes desconocidas. Los Reformadores tomaban muy en serio a Dios como el centro de toda su vida. Antes de su gran descubrimiento de la gracia, Lutero temía a Dios con horror y pánico, pero después se deleitaba en el amor del Dios de la gracia. Calvino era un hombre sobrecogido por la maravilla de la gloria de su Señor. La Reforma fue un gran encuentro con Dios. Puso Dios en el centro de su vida y su pensar, y le daba toda la gloria a él. Johann Sebastián Bach escribía las siglas “S.D.G.” al inicio de todas sus partituras.
Hoy nuestra iglesia también tiene que redescubrir esta consigna de la sola gloria de Dios.  Nuestra sociedad está permeada por el culto a la personalidad; hablamos de los “ídolos” de Hollywood y las “estrellas del deporte”, etc.  Las iglesias tienen también sus “estrellas” y a veces “dioses” a quienes adoran: mega-pastores, profetas y sanadores, algunos evangelistas promovidos con publicidad al estilo de Hollywood. En la iglesia del Señor no caben el personalismo y el culto a la personalidad.
Cuando Dios curó al cojo por medio de Pedro y Juan, y la gente los quería reconocer como milagreros, Pedro les contestó, “¿Por qué nos miran a nostros, como si nosotros, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús” en sanar a aquel enfermo. Originalmente un “don de sanidad” no significaba algún poder que poseyera alguna persona, sino el acto de Dios de dar salud a un enfermo. A veces se habla de los “sanadores” como si fuesen dueños del poder milagroso; “en estas manos hay poder de sanar”, dijo uno de ellos, mostrando sus manos ante las cámaras. Al contrario, “¿Por qué nos miran a nosotros, como si nosotros hubiéramos hecho algo”, dijeron Pedro y Juan, para dar la gloria al Señor.
Esta consigna significa también que podemos, y debemos, glorificar a Dios en todo lo que hagamos. “Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios”, dijo Lutero. En todo, nos exhorta San Pablo, “ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor 10:31).
Conclusión: Nuestro momento histórico se parece dramáticamente al de los Reformadores en el siglo XVI: revolución en las comunicaciones (la imprenta de Gutenberg; hoy teléfono, radio, TV, computadora y hast iPod); revolución del espacio vital de la humanidad (navegación mejorada; Cristobal Colón 1492; hoy autos, aviones, viajes al espacio); revolucion armamentista (el fusil portátil, arcabus y mosqueta; hoy, armas nucleares) y sobre todo, una crisis de autoridad que produce gran confusión.
En esta coyuntura, ¿qué nos traerá el futuro? A como van las cosas, podría salir un protestantismo cultural y poderoso, algo parecido a lo que ha sido el catolicismo en el pasado. Pero gracias a Dios, sigue existiendo un remanente fiel y grandes signos de esperanza. ¿Levantará Dios a otro Lutero? Quizá que no, pero quiera el Señor concedernos un avivamiento de espiritualidad genuina y un movimiento de profunda renovación que sacudirá a la iglesia de pies a cabeza y preparará a la iglesia para responder a los grandes desafíos del nuevo mundo que está naciendo.


[1] Charla en la iglesia metodista el Redentor, San José, Costa Rica, 31 de octubre de 2011. El tema asignado fue “Qué necesita reformar la iglesia hoy?”. En la presentacion oral enfaticé tanbién lo positivo de lo que Dios está haciendo en la iglesia hoy.
[2] Ver “El Pentecostés tiene fecha” en juanstam.com, 6 de mayo 2008.
[3] Ver “Mecanismos de manipulación en las iglesias”. juanstam.com, `12 de agosto 2010
[4] Aquí conviene recordar ese gran poema atribuido a Santa Teresa: “No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometodo… No me tienes que dar porque te quiera…”
[5] En 1520 Lutero publicó un importante tratado “Sobre la libertad del cristiano”.
[6] Hay que reconocer a la vez que hubo serias contradicciones en la conducta de Lutero, debido mayormente a su doctina de los dos reinos y  sus vínculos con los príncipes alemanes. Su trato a los campesinos y los judíos era reprochable.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

ANUNCIOS DE ESPERANZA EN MEDIO DE LAS CRISIS

ANUNCIOS DE ESPERANZA EN MEDIO DE LAS CRISIS
Leopoldo Cervantes-Ortiz
11 de diciembre, 2011
 
Dios mismo dictará sentencia/ contra naciones y pueblos lejanos,/ y ellos convertirán sus espadas/ en herramientas de trabajo./ Nunca más nación alguna / volverá a pelear contra otra,/ ni se entrenará para la guerra.
Miqueas 4.3, Traducción en Lenguaje Actual
 
1. ¿Qué nos recuerda el mensaje de Miqueas?
De manera casi uniforme, la lectura del profeta Miqueas ha estado asociada a dos fragmentos que ciertamente resumen mucho de lo que proyecta su mensaje, pero que inevitablemente reduce la comprensión de su horizonte de fe y del a coyuntura que lo produjo. “Acostumbramos usar el texto en el que se habla del contraste entre una religión de culto sacrificial y una religión de vida ética, de justicia y humildad delante de Dios [6.8: ‘Pero ya Dios les ha dicho qué es lo mejor que pueden hacer y lo que espera de ustedes. Es muy sencillo: Dios quiere que ustedes sean justos los unos con los otros, que sean bondadosos con los más débiles, y que lo adoren como su único Dios’]. Se habla también de una figura mesiánica, que vendrá de la periferia, de la menor de las aldeas de Judá y, a partir de ahí, reorganizará la vida del pueblo [5.2: ‘Pero tú, Belén Efrata,/ entre los pueblos de Judá/ eres un pueblo pequeño,/ pero llegarás a ser muy importante./ En ti nacerá un rey/ de familia muy antigua,/ que gobernará sobre Judá’]”.[1]
Ambas citas reflejan la esperanza de un pueblo creyente que tuvo claridad a la hora de definir sus compromisos con Dios y la humanidad, mientras anunciaba la superioridad del reino divino sobre todos los poderes humanos. Miqueas, quien de manera similar a Isaías, afrontó el ambiente político de su época, presentó su mensaje durante el reinado de tres monarcas de Judá: Jotam, Acaz y Ezequías. La situación no era nada halagüeña:
 
La épo­ca de Mi­queas es­tá mar­ca­da por la pre­sen­cia de los asi­rios co­mo fuer­za de ocu­pa­ción ex­tran­je­ra. Des­de la mi­tad del si­glo VIII a.C., los asi­rios pro­mue­ven una po­lí­ti­ca de ex­pan­sión y con­quis­ta. Su ob­je­ti­vo es lle­gar al Mar Me­di­te­rrá­neo y con­tro­lar la ru­ta co­mer­cial que pa­sa por la Pla­ni­cie Li­to­rá­nea de la Tie­rra de Is­rael. Es­ta pre­sen­cia ex­tran­je­ra lle­va a los di­ri­gen­tes de Ju­dá, por su la­do, a pro­mo­ver una po­lí­ti­ca de for­ti­fi­ca­ción de sus ciu­da­des-for­ta­le­za e im­ple­men­tar una po­lí­ti­ca de al­ma­ce­na­mien­to de ali­men­tos en la ciu­dad. To­do eso a cos­ta de los cam­pe­si­nos pro­duc­to­res. Aun así, a pe­sar de es­ta po­lí­ti­ca, y tal vez jus­ta­men­te por cau­sa de ella, en el 701 a.C. el ge­ne­ral asi­rio Se­na­que­rib con­quis­ta 46 ciu­da­des de Ju­dá y lle­va más de 20.000 de­por­ta­dos.[2]
 
El pueblo, una vez más, requiere palabras de aliento en medio de la crisis y Miqueas pronuncia unas palabras con aliento político y espiritual, al mismo tiempo. Su defensa de los pobres es intensa y radical: “¡Ay de aquellos que aun en sus sueños/ siguen planeando maldades,/ y que al llegar el día las llevan a cabo/ porque tienen el poder en sus manos!/ Codician terrenos, y se apoderan de ellos;/ codician casas, y las roban./ Oprimen al hombre y a su familia,/ al propietario y a su herencia” (2.1-2). Igualmente su denuncia contra los gobernantes: “Escuchen ahora, gobernantes y jefes de Israel,/ ¿acaso no corresponde a ustedes/ saber lo que es la justicia?/ En cambio, odian el bien y aman el mal;/ despellejan a mi pueblo/ y le dejan los huesos pelados./ Se comen vivo a mi pueblo;/ le arrancan la piel y le rompen los huesos;/ lo tratan como si fuera carne para la olla” (3.1-2). El profeta es portador de una visión y una opción muy claras y ésa va a ser la plataforma de su “esperanza mesiánica”, reconocida siglos más tarde por el evangelio de Marcos (2.6) y Juan (7.42), pues en su palabra asimiló las necesidades y esperanzas de un pueblo pobre y oprimido.
 
2. Una fe renovadora desde el Israel rural
En Jeremías 26, donde se hace una durísima crítica contra el templo y la ciudad de Jerusalén, hay una referencia al mensaje de Miqueas. Esas palabras proceden de la época del rey Joaquín, quien gobernó Judá entre 605 y 598 a. C. Dice así: “Y se levantaron algunos hombres de los ancianos de la tierra y hablaron a toda la congregación del pueblo reunida: ‘Miqueas de Moreset era profeta en los días de Ezequías, rey de Judá, y dijo para todo el pueblo de Judá: ‘Así dice el Señor de los ejércitos: Sión será arada como un campo, Jerusalén se hará un montón de ruinas, y el monte del templo, un otero de matorral.” (Jr 26.17-19)”. Un profeta que legitima a otro y que con ello se sitúa en su misma línea.
A diferencia de Isaías, afincado en la ciudad de Jerusalén, Miqueas fue un profeta del campo, con una perspectiva rural. Estamos, pues, ante el profeta de “la reforma agraria” de Israel (una nueva repartición de la tierra productiva, 2.4), es decir, aquél que se atrevió a mostrar la manera en que los habitantes de las ciudades explotaban a sus hermanos del campo. Su horizonte de anuncio-denuncia se ubica en el marco del juicio al comportamiento de las ciudades de Israel y la manera en que Yahvé reivindica a los trabajadores del campo para relanzar su esperanza y así recibir nuevas bendiciones, para superar la explotación de la que eran objeto.
 
Esta fe confiada toma la forma política de los retornados de Babilonia que reconstruyeron Jerusalén, en el famoso oráculo que comienza: ‘Sucederá en días futuros/ que el monte de la Casa de Yavé/ será asentado en la cima de los montes,/ y se alzará por encima de las colinas./ Y afluirán a él los pueblos,/ acudirán naciones numerosas […] Podemos observar, comparando con Is 2.1-5, que los autores del libro de Miqueas han tomado de la tradición del profeta urbano Isaías para reinterpretar el juicio a la ciudad como algo que tuvo su momento y que ha sido superado y no como algo intrínseco a su ser como ciudad.[3]
 
La visión mesiánica piensa y recuerda que una figura rural dirigirá al pueblo, como antes lo hizo David. De esta manera es posible entender la relación que los contemporáneos de Jesús de Nazaret encontraron entre esta figura y la anunciada por Miqueas, lo cual relanzaría también una nueva visión del “trabajo mesiánico”. En medio de los sufrimientos populares, sólo una persona así podía captar las frustraciones, ilusiones y esperanzas del pueblo sometido por las clases dominantes. El mesianismo proyectado hacia el futuro surge, así, en este momento, de unas condiciones de vida sumamente inequitativas, perversas, y resulta de una visión alternativa de la fe que es capaz de poner en tela de juicio una institución tan venerable como el templo mismo (3.12: “y el monte del templo se cubrirá de maleza).
No obstante, la esperanza que surge de un mensaje tan directo es capaz de refundarse para comprender que Yahvé volverá a tener misericordia y el signo de la misma es precisamente que desde el pueblo de la tierra surge la profecía de un mesías que viene a reinar y a restaurar la justicia divina. Ésa es la razón de nuestra esperanza en la actualidad, tan crítica como otras. Como sintetizó el gran teólogo judío Abraham Heschel: “Junto con la palabra de destrucción, el profeta proclama la visión de la redención. Dios perdonará ‘al resto de Su herencia’ […] Entre las grandes enseñanzas que nos legó Miqueas se encuentra la de cómo aceptar y soportar la ira divina […] y […] la certidumbre de que la ira no significa que Dios haya abandonado al hombre para siempre. Su ira pasa, pero Su fidelidad perdura eternamente”.[4]


[1] Haroldo Reimer, “Ruina y reorganización. El conflicto campo-ciudad en Miqueas 1”, en RIBLA, núm. 26,http://claiweb.org/ribla/ribla26/ruina%20y%20reorganizacion.html.
[2] Idem.
[3] J. Pixley, “Miqueas el libro y Miqueas el profeta”, en RIBLA, núm. 35-36, http://claiweb.org/ribla/ribla35-36/miqueas%20el%20libro.html.
[4] A. Heschel, Los profetas I. El hombre y su vocación. Buenos Aires, Paidós, 1973, p. 94.

martes, 8 de noviembre de 2011

La misión de todo el Pueblo de Dios

Cada creyente, sea ministro, laico, misionero, se proyecta al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo.
La misión de todo el Pueblo de DiosEl poder del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor. (Hechos 11.21)

Cada cristiano es llamado a participar y a ejercer elsacerdocio universal de los creyentes. La misión tiene lugar por doquier. Impulsados por la fe, los cristianos cruzan la frontera entre los que creen y los que no creen. Del otro lado de esa frontera dan testimonio de su fe. Dado que Dios es un Dios misionero, el pueblo de Dios es un pueblo misionero. El Espíritu ha sido derramado sobre todo el pueblo de Dios, no solo sobre unas personas seleccionadas. La comunidad de fe es la portadora primaria de la misión.

La misión no procede primordialmente de alguna sociedad misionera u agencia, movimiento, organización o institución, sino de una comunidad de fe, reunida alrededor de la Palabra y los sacramentos. Esta se reconoce como enviada al mundo, en el cual todos sus miembros se involucran de manera directa. Es un deber que alcanza a la totalidad de la Iglesia.

Misión universal
El teólogo Moltmann, en su tesis sobre la teología del futuro, señala: «Se dirigirá no únicamente hacia el servicio divino en la Iglesia, sino también hacia el servicio divino en la vida cotidiana del mundo». Este servicio se ofrece en la forma de la vida común y corriente de la comunidad cristiana «en tiendas, aldeas, granjas, ciudades, aulas, hogares, oficinas legales, consultorios, en la política, el gobierno y la recreación»#. La iglesia está juntamente con los demás seres humanos, sujeta a las condiciones sociales, económicas y políticas de este mundo. Desde esta perspectiva, Karl Barth (citado por David Bosch) comenta: la Iglesia es «el pueblo de Dios en medio de los acontecimientos mundiales» y la «comunidad para el mundo»#. Hoy, como iglesia, nos enfrentamos a desafíos profundos, tales como el hecho de que todavía quedan 4.000.000.000 de personas sin conocer al Señor. La Iglesia debe asumir plenamente y sin tardanza su responsabilidad en la evangelización mundial. Es el imperativo general. Porque existen millones de personas que no han gozado todavía del derecho humano de recibir el evangelio.

CLADE III # señala: «Toda la iglesia es responsable de la evangelización de todos los pueblos, razas y lenguas. Una fe que se considera universal, pero que no es misionera, se transforma en retórica sin autoridad y se hace estéril. La afirmación de que toda la iglesia es misionera se basa en el sacerdocio universal de los creyentes. Es para el cumplimiento de esta misión que Jesucristo ha dotado a su Iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo».

Este cumplimiento demanda el cruce de fronteras culturales, políticas, sociales, lingüísticas, geográficas y espirituales hasta aceptar todas sus con secuencias. Estamos hablando de un mensaje integral de salvación, dirigido a todo ser humano, el cual considera la totalidad de su persona. «Hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar»#. y «cada persona tiene derecho a oír las Buenas Nuevas»#. Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2Pe 3.9). La misión es universal e integral.

La Palabra hecha carne
La encarnación es el modelo para la misión de la Iglesia (Jn 20.21). La misión se cumple en palabra y obra. «La palabra no puede nunca, por tanto, divorciarse de la acción, del ejemplo, de la «presencia cristiana», del testimonio de vida. La «Palabra hecha carne constituye el evangelio. La acción sin palabra es muda; la palabra sin acción es vacía»#.

Hablando del discipulado, John Stott señala: «incluirá un llamado a colaborar con el Señor en el trabajo del Reino. Dirigirá su atención a las aspiraciones de hombres y mujeres comunes y corrientes en la sociedad, sus sueños de justicia, seguridad, estómagos llenos, dignidad humana y oportunidades para sus hijos». Dios llama a las personas a la misión y en eso consiste la evangelización. Es un llamado al servicio donde «ganar personas para Jesús es ganar su lealtad para las prioridades de Dios».#

La Iglesia debe estar en el mundo pero siendo distinta del mundo. Las estructuras de la iglesia no deben obstaculizar su servicio relevante al mundo pues solo conseguiría separar al creyente de la sociedad. Debemos encontrar un equilibrio entre el «Pueblo de la Iglesia» y la «Iglesia del Pueblo». El trabajo en la iglesia como su acción a favor de la justicia, la misericordia y la verdad deben ir juntas.

«La Iglesia se reúne para alabar a Dios, para disfrutar de la comunión mutua y recibir sustento espiritual, y sale para servir a Dios dondequiera que estén sus miembros. Está llamada a mantener en “tensión redentora” su doble orientación»#. Nunca vamos a introducir totalmente el Reino de Dios en la tierra hasta que el Señor venga; pero somos llamados a mostrar la evidencia de este Reino como comunidad y anticipo del mismo que afecta la totalidad de la vida.

En el Nuevo Testamento observamos que muchos dones otorgados a individuos se repartieron para beneficio de todos. El don del sacerdocio nunca se menciona; en su lugar nos encontramos con el texto de 1 Pedro 2.9 que anuncia que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable».

Dios confió el don del sacerdocio a todo el pueblo de Dios, por lo cual podemos declarar que «por medio de él, y en honor a su nombre, recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe» (Ro 1.5). En este marco la Iglesia es para todos y con todos. Cada creyente, sea ministro, laico, misionero, se proyecta al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo. La clave es reconocer que la tarea le pertenece a la Iglesia toda y actuar en consecuencia.

La vida en misión es un privilegio.