La aseveración de que no existe tal cosa como una verdad universal constituye, en sí misma, una declaración de una verdad universal.

El mundo siempre ha sido hogar de muchas
ideologías y expresiones religiosas. Este pluralismo religioso se ha desarrollado en mayor medida entre los occidentales, en respuesta a la
globalización y a la migración entre diferentes países. Un mundo más comunicado ha permitido un mayor acercamiento entre las diferentes
religiones y sus seguidores. Nos relacionamos con personas de otras etnias pero, también, por medio de la televisión y la Internet aprendemos de su cultura y creencias. Además la creciente presencia de mezquitas, templos y restaurantes que no son occidentales reflejan la naturaleza cada vez más diversa de muchas sociedades occidentales.
Este pluralismo puede ser reciente en occidente, pero, en Asia, siempre ha estado a la orden del día. De hecho, todas las grandes religiones tienen sus raíces en el continente asiático y todavía persisten en él. En
África la Iglesia se ha desarrollado junto a las religiones tradicionales y al
Islam, de modo que una vasta mayoría de los cristianos hoy en día conviven con personas que profesan otra fe. En este aspecto no son diferentes de los primeros
cristianos, quienes proclamaban a Jesús como Salvador y Señor ante la multitud de dioses y señores del mundo grecoromano.
Los cristianos de hoy estamos llamados a abrazar, encarnar y declarar la verdad de que Dios se ha revelado a sí mismo de manera final y definitiva en Jesucristo
Como ellos, los cristianos de hoy estamos llamados a abrazar, encarnar y declarar la verdad de que Dios se ha revelado a sí mismo de manera final y definitiva en Jesucristo. Por medio de Su muerte y resurrección, los pecadores pueden hallar el perdón de sus pecados y ser reconciliados con Dios. De modo que, ¿cómo podemos proclamar a Cristo ante el pluralismo religioso y sus frecuentes afirmaciones que relativizan la verdad absoluta?
En medio de la diversidad, los cristianos deben aprender a
trabajar con personas de diferentes religiones, en procura del bien común. Pero deben lograrlo sin comprometer su fe. Algunos sostienen que la armonía social puede alcanzarse y sostenerse, solo si los «religiosos» se abstienen de afirmar que poseen la exclusividad de la verdad. El desafío para la Iglesia es demostrar la falacia de esta opinión.
Del pluralismo al relativismo de la verdad
Algunos pensadores cristianos han rechazado la singularidad de Cristo y han abrazado el pluralismo. La coexistencia de las religiones en un sentido descriptivo y el pluralismo social son un hecho, pero estos pensadores han ido más allá, pues han abrazado un pluralismo metafísico. Sostienen que todas las religiones constituyen vías igualmente válidas para llegar a Dios (o la suprema realidad divina) y que ninguna religión en particular puede pretender poseer la palabra final sobre la verdad. Así, inconscientemente, se identifican con la doctrina Vedanta del hinduismo: «Jesús es apenas uno de los muchos caminos a la suprema realidad divina, un avatar (encarnación) entre muchas manifestaciones posibles de lo divino».
Separar la «espiritualidad» de cualquier religión se acomoda muy bien al estilo posmoderno de nuestra época. La principal preocupación de los cristianos son los aspectos más radicales y destructivos de la posmodernidad: su incredulidad respecto de la verdad absoluta, su rechazo de los grandes relatos que dan sentido a la vida y su postura de relativizar la verdad. Estos traen enormes implicaciones para toda la Iglesia en su
esfuerzo por vivir la totalidad del evangelio y llevarlo a todo el mundo.
La mentalidad posmoderna afirma que simplemente carecemos de acceso a la verdad absoluta. Su argumento es que nuestras verdades son relatos construidos en el seno de nuestras comunidades sin una validación externa de la verdad. Por lo tanto, consideran la verdad como tribal, de validez solo local. Ya que no existe una perspectiva neutral —o transcontextual— que permita juzgar entre historias que compiten, debemos aguantar una multiplicidad de puntos de vista que pugnan por alcanzar la supremacía y la aceptación. Lo que surja victorioso de esta contienda será la verdad. A esta la define el poder, y a quienes afirman poseer la verdad absoluta se les juzga como personas que simplemente intentan imponer su voluntad a otros.
De esta manera, los pluralistas posmodernos sospechan de las autoridades religiosas y de sus pronunciamientos. Para ellos, la afirmación de que Jesús es la Verdad encarnada puede ser bien una fachada para el imperialismo colonial, el chauvinismo cultural o la intolerancia religiosa.
Verdad y elecciones morales
La misma sospecha se aplica a la moral: las categorías de «bueno» o «malo» son los intentos de otros para imponer su voluntad sobre nosotros. ¿Por qué deberíamos aceptar las definiciones de otras personas acerca de lo que es bueno o malo? —alegan ellos. De esta manera, juzgar entre lo bueno y lo malo se transforma, entonces, para los posmodernos en una cuestión de interpretación privada. Ellos carecen de una base sobre la cual uno pueda afirmarles que está mal experimentar con embriones, enriquecerse al amparo de regímenes corruptos, o proporcionar protección financiera a corporaciones que realizan negocios deshonestos. Para ellos la conveniencia personal y el pragmatismo económico pronuncian la última palabra: ¿qué es útil?, ¿qué satisface mejor las necesidades de una persona?, ¿qué cumple mejor sus aspiraciones?
Solo con ver el énfasis posmoderno en la comunidad, tal individualismo resulta irónico. Desconfiada de la autoridad y carente de cualquier criterio objetivo y trascendente que le provea orientación, la persona se apoya en su propia autoridad y decide por razones pragmáticas. El posmodernismo ya no solo convierte la verdad en tribal, sino que también la privatiza.
Todo esta orientación ha condicionado la manera en que a menudo se entiende la espiritualidad. Quienes optan por una percepción pluralista de la realidad espiritual pueden sentirse espirituales sin tener que involucrarse en la religión institucional. Son libres para elegir y abrazar ideas religiosas y para diseñar una espiritualidad a su propia imagen.
Tal libertad resulta atractiva. La alternativa —afirman repetidamente sobre los que llaman exclusivistas— es ser ingenuo, arrogante, irrespetuoso de otras culturas e intolerante para con otras confesiones religiosas. Comentan que los puntos de vista absolutistas solo incrementan las tensiones interreligiosas, exacerban los conflictos entre comunidades y, en algunos casos, hasta incitan a la violencia. El argumento es que para evitar una mayor polarización en nuestro fragmentado mundo, uno debe, según algunos, adoptar un punto de vista pluralista respecto de la religión y una postura relativista en cuanto a la verdad. ¿A qué conclusión llegamos frente a estas críticas y pretensiones? ¿De qué manera, entonces, vamos a proclamar hoy la verdad del evangelio?
Proclamar la verdadPara empezar, conocer la verdad no es sinónimo de intolerancia arrogante. Esto sería confundir convicción con condescendencia o desacuerdo racional con conducta desagradable.
Cuando los relativistas insisten en que no existe tal cosa como la verdad universal, ¡sostienen esa afirmación como una verdad universal! De esta manera, el relativismo es tan absolutista como la afirmación de que Jesús es «el camino, la verdad y la vida» y le atañen las mismas acusaciones de intolerancia. La fe cristiana condena la arrogancia y la actitud de superioridad hacia las personas que profesan otras creencias y hacia las de convicciones no religiosas. Por supuesto, han existido cristianos intolerantes y prácticas insensibles en las misiones a lo largo de la extensa historia de la Iglesia. Pero estos son indicadores de los fracasos vergonzosos de la misma y no de la esencia de la fe cristiana. Los cristianos debemos ser personas tolerantes y humildes, a la vez que «[mantenemos] en alto la palabra de vida» (
Fil 2:16, NVI).
Los cristianos son llamados a amar en lugar de tolerar, y para ello es necesario reflejar el amor de Dios por todas las personas, incluidos los relativistas apasionados, los pluralistas acérrimos y los ateos agresivos. Al proclamar la verdad frente al relativismo, debemos estar conscientes de que tratamos con personas, no simplemente con ideas frías. El relativista es una persona de carne y hueso, con todas las necesidades y anhelos de cualquier ser humano creado a la imagen de Dios. Lo más importante no es lograr que nuestro argumento prevalezca contra el relativismo sino ganar al relativista para Cristo.
Una crisis económica global o un desastre natural no discrimina entre un relativista y un exclusivista. Cuando los relativistas sufren, rara vez sentirán atracción por un argumento sólido en favor de la verdad. Pero lo más probable es que reaccionen positivamente ante el cuidado y la preocupación prácticas demostradas por cristianos movidos por el amor. No podemos proporcionar calor a un relativismo frío, pero sí podemos abrigar con una manta a un relativista que está tiritando.
Nuestra común condición humana es un buen punto de partida para transmitir la verdad de Cristo. La seguridad de la amistad genuina, donde se ganan la confianza y el respeto, es el contexto ideal en el que la gente puede cuestionar honestamente sus razonamientos. Los cristianos pueden sembrar semillas de subversión en el campo del relativismo, planteando preguntas acerca de la competencia del relativismo moral como guía para la vida. ¿En realidad se puede vivir sin la verdad absoluta? ¿Cuántos están realmente persuadidos de que no existe diferencia entre la Madre Teresa y Pol Pot? Aun cuando las personas nieguen la verdad de Dios, esta prevalecerá porque es coherente y persuasiva: la vida percibe esto como verdadero. Este reconocimiento es parte de la gracia de Dios que es común a todos.
Por el carácter relativista de nuestra época, la iglesia puede perder fácilmente su confianza en el evangelio como el «poder de Dios para salvación» y dejar de proclamar a Cristo como el único camino a Dios. Para no acobardarse, los cristianos deben estar seriamente fundamentados en la verdad de la Biblia y en el conocimiento de Cristo. De modo que la tarea de proclamar la verdad en nuestro mundo debe comenzar en casa: en la vida, la adoración y el programa de discipulado de nuestras iglesias evangélicas.
Creer en la verdad absoluta es ir contra el espíritu de nuestro tiempo. Podemos esperar ser ridiculizados, segregados y experimentar oposición. En este sentido, debemos recordar que aquel que es la Verdad encarnada, a quien Juan describe como «lleno de gracia y de verdad», se convirtió en la Verdad crucificada a manos de quienes estaban empeñados en apagar la luz de la verdad. Pero las tinieblas no pronunciaron la última palabra. La luz traspasó la tumba de Jesús,
¡y en la resurrección de Cristo la Verdad se reivindicó!